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Caral

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  Caral     1. El Fuego   Un hueso aviva        el fuego crepitando estrellas         un hueso en los labios de una lagartija           dirige su agujero hacia el sol            para borrar su sombra del aire             y la música sea del cóndor y del pelícano como piedras que chasquean            en húmedos dedos que hermanean           en el barro soplando en aire          atado en sogas amarraditos             los carrizos y el algodón merodeando en el polvo           como la lagartija al ser humano            en su huella dactilar tapando un hueco           descubriendo un foso enterrado             bajo el huayco de un temblor remoto en sillar que golpea la mano arquitecta           la mano orquestal la mano lactante           en el hueso soplándose a sí mismo           ceremonioso horizontal      airoso      entre saltos de guanacos y venados sobre las shicras no de terror siniestrado no de reptil cazado            sino de baile chispeante en el fuego de la zafra     2.

Sondor

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  Sondor Felipe subió a la meseta con la pierna coja. Allí aún quedaba la flecha con sangre del que habitó siglos atrás, quien moldeó la piedra para que resuene el eco de su canto en quechua. Primero no vio a nadie, pero las montañas enfrente le proponían declinar su cansancio para redimir su viejo espíritu lleno de contradicciones. Todo lo que había aprendido en las aulas, apenas eran un soplo lejano que se extinguía en los arrebatos sensibles del entusiasmo, algo que renacía como un estado de gracia adyacente al abismo donde se encontraba. Podía quedarse allí para siempre, o es que se quedó allí efectivamente, escarbando la tierra colorada hasta encontrar su idioma perdido, su ritual de solitario. El camino es un hilo en sus pies. Y conversa con las plantas. Y sabe que el agua del cielo es el espejo de su canto en pequeñas pisadas, al subir zigzagueando como el hielo inverso que se derrite de sus pensamientos. Felipe es un paisaje de ramas y hojas renaciendo a cada segundo, entre

Amazonas

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  Contamana   Cuando el río sea completo y el mundo como un grano de arena ahí veremos los veleros del hermano Byron y Percy y Mary tramontando nubes hasta alcanzar el aro de luz de la luna ahí el libro se escribirá en el cielo con todos los nombres de los astros   Byron escribió una palabra como yacuranas prorrumpiendo ayaymaman, recitado en su selva de lo ignoto su ser renacal en prioridad de libertad, odas de libertad con gramalotes en mucura, en su cintura de animales merodeando la adversidad del viento y la melodía de sus versos en el alimento del picuro. Aquí en esta taya escribió para no ser rechazado por la selva de otra galaxia herida que vomitaba en lianas de seductoras geishas prismáticas. Y aquí escribió el cojo bribón el pequeño diablo en su intergaláctico velero Bolívar.   Y Percy Shelley igual o más al Lord en Venecia. Iban en el Ucayali a Iquitos remando con tichelas y shupihuis ñaños de cumbreras, hilando los versos que años, luego, reinventa

Vestigios

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  Ars o Escoto Eriúgena La angustia precede a la existencia habitar este espacio no condiciona sino el revelarte desde tu propia fragilidad La cigarra suspendida en tus senos es el poema que la noche destroza en el papel no se niega la palabra la palabra niega la existencia que devora tu deseo y busca su propia inexistencia Hay un sólo poema pero más azul es el mar que revienta en tus senos donde la angustia ya no precede al ser donde no revive su estrépito de caracola Tu fragilidad necesita de otro espacio ese otro significado que se aferre a su propia inexistencia de vacío Aquí - en ese vacío -  el infinito se confunde con la noche que te llena de angustia que llena de ilusión convierte la luz en una cigarra silenciosa La cáscara del poema no será más la forma que sepulta el dolor del poema parte de su destrucción       es       arte de la destrucción 

El Centinela

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  II   pasto en nimbado barro pasto de victorias derrotadas pasto de canas y apenas somos distintos acantos que bajan por huartón cruz sigilosa mira la abuela de luz mira en su ceño manifiesto de su menor nieto de mayor ripioso recogiendo jaspe de eucalipto en descendiente río incendiando velamen en su espalda en los regazos del bebé apachido nuevo latido en venasangre acarreando lascas y valvas aquí tomaremos té abuela la madera está cocinando luz mila de milagrosa tierra pasto en lágrimas pasto de felicidad llanto y canto y abro la puerta abierta por el abuelo en veda de domingo y es mamá que me trae de las orejas chacayán chacayán pasto de niños labradores pasto en cenit de aves en chacras los costales pesan abuela los costales alimentan mimbres palos del techo cargando en diedro de aguas en girándulas que bajan a charcos que ya no bajan quizás suban quizás huyan buscándote como buscando a mamá te sigo ahíto abuela te sigo nomás pasto que me dejas al hablar de mamá pasto del

Apolo (Av. Mexico)

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  3.   Una calle es la respiración del gato en los techos que ya no existen los techos que ya no existen son las explosiones del sol cuando ve acabarse el día y el día acaba cuando sale el pan del horno y respiramos la paz lejana de los pueblos que dejamos una calle es un caminante conoce el cemento tanto como la extensión de su mirada en aquellas lágrimas ajenas cuidas el jardín y cuidas el universo que florece de gratitud en las hondonadas palmas de un abrazo escribes en los vientos que levantan las cortinas y la quietud que mueves cada día alcanza para vivir una semana más escribiendo una calle es lo que escribimos cuando los autos se han estacionado y el motor aún está caliente     4.   La vista al cerro El Pino en el ojo es una lágrima abierta apuntando la indignación de ser proletario sin remuneración de escribir tanto y conversar con los gatos arrullados en la neblina y con los gatos arrollados en la avenida México y a sabiendas que se ama gratuitamente se